martes, 9 de diciembre de 2008

Jean Paul Sarte, Las Palabras... y la existencia.

"El azar me había hecho hombre, la generosidad me haría libro; podría fundir a mi parlanchina, a mi conciencia, en letras de bronce, sustituir los ruidos de mi vida por inscripciones imborrables, mi carne por un estilo, las blandas espirales del tiempo por la eternidad, aparecer al Espíritu Santo como un precipitado del lenguaje, volverme una obsesión para la especie, ser otro finalmente, se otro distinto de mí, otro distinto de los otros, otro distinto de todo. Empezaría por darme un cuerpo inquebrantable y después me entregaría a los consumidores. No escribiría por el placer de escribir, sino por tallar a ese cuerpo de gloria en las palabras. Considerándolo desde lo alto de mi tumba, mi nacimiento se me apareció como un mal necesario, como una encarnación completamente provisional que preparaba mi transfiguración; para renacer había que escribir, para escribir hacía falta un cerebro, ojos, brazos; una vez terminado el trabajo, esos órganos se reabsorberían solos; en los alrededores de 1955 estallaría una larva, se escaparían veinticinco mariposas infolio batiendo todas sus paginas para ir a posarse en un estante de la Biblioteca Nacional. Esas mariposas no serían nada más que yo. Yo: veinticinco tomos, dieciocho mil paginas de texto, trescientos grabados y entre ellos el retrato del autor. Mis huesos son de cuero y de cartón, mi carne apergaminada huele a cola y al moho, me contoneo muy a gusto a través de sesenta kilos de papel. Renazco, por fin llego a ser todo un hombre, pensante, hablante, cantante, estruendoso, que se afirma con la inercia perentoria de la materia. Me toman, me abren, me extienden en la mesa, me alisan con la palma de la mano y a veces me hacen crujir. Yo me dejo y de pronto fulguro, deslumbro, me impongo a distancia, mis poderes atraviesan el espacio y el tiempo, fulminan a los malos, protegen a los buenos. Nadie puede olvidarme ni silenciarme; soy un gran fetiche, manejable y terrible. Mi conciencia está hecha migas; mejor. Me han tomado a su cargo otras conciencias. Se me lee, salto a la vista, me hablan, estoy en todas las bocas, lengua universal y singular; me convierto en curiosidad prospectiva en millones de miradas; para el que sabe quererme, soy su inquietud más íntima, pero existo en ninguna parte, ¡soy, por fin!, estoy en todas partes; parásito de la humanidad, mis servicios la corroen y la obligan incesantemente a resucitar mi ausencia."


Jean Paul Sartre 1905-1980

Las Palabras






Con casi 30 grados de calor, el metro santiaguino observa la ciudad desde las alturas. La cordillera imponente y reseca me cobija durante todo el trayecto.

Sartre me ha acompañado en esa hora de viaje desde mi casa hasta la universidad, Las Palabras ha sido el libro de lectura rápida que he elegido para las semanas de diciembre. Me detuve en esta pagina, en la 130 donde de una vez por todas se asume escritor; y que manera de hacerlo no?

Pues no es precisamente asumirse escritor, sino se asume como hombre y como existencia. Toda su infancia se batió en la representación de nieto ideal para su abuelo, en su relación con su madre que mas bien era una relación de hermandad, en el pensamiento constante de no haber tenido un padre, que habría sido de él con dicha figura de autoridad.

Jean Paul Sartre creció sólo, sumido en los libros de la biblioteca de su abuelo, leyendo sin parar, sin jugar con niños, sin ir a la escuela normalmente. Sartre se crio como niño prodigio, y estaba conciente de ello.

Sin embargo, la vida tomo rumbo en cuanto escribió, y a pesar que su abuelo solo leyó su primer cuento, y lo rechazó abiertamente, Sartre siguió escribiendo, en la clandestinidad, explica como comenzó a darse cuenta que ese personaje que relataba, era el mismo y que podría hacerlo vivir cosas que él jamas viviría. Echó a correr la imanación, y cerraba de golpe las paginas cuando la pluma se le arrancaba con los pensamientos.
Lo descubrieron por casualidad, estuvo en el anonimato un tiempo, luego lo publicaron y los parisinos comentaban en las calles quien seria aquel maravilloso escritor. Jean Paul, escondido tras su fealdad y sin problemas de dinero, no se apresuró en decidir como salir al publico.

El fragmento es crucial, es el momento en que decide convertirse en ser, una definición mas metafísica que practica, en este fragmento él no decide que estudiar para trabajar, solo decide que se inmortalizara, que vivirá en otro cuerpo, y que, magestuosamente, trascenderá.


Su ceguera es la genialidad del oído de Mozart.
Au revoir!

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